Una pequeña familia
Amanecemos un día más en el Hotel Roosevelt, listos para seguir exprimiendo al máximo la última escala de nuestro viaje: Nueva York. ¿Y qué mejor forma de empezar que con un buen desayuno al más puro estilo norteamericano?
Comenzamos la jornada con una visita guiada por el Alto y Bajo Manhattan. Así, durante la mañana, aprovechamos para descubrir algunos de los iconos neoyorquinos más conocidos como el Edificio Dakota, Wall Street o la Quinta Avenida, entre otros. El tour nos muestra a todos la otra cara de la gran manzana, que nos sorprende muy gratamente. Después de haber callejeado entre los rascacielos del núcleo financiero, ahora Nueva York nos mostraba su lado más amable y tranquilo, donde el verde de sus parques se mezcla con el ladrillo de los pisos residenciales del norte de la urbe.
La agresividad del sol de medio día y la densa humedad en el ambiente nos invitan a hacer un alto en el camino y parar a reponer fuerzas. Ya con el estómago lleno y tras habernos refrescado un poco, partimos en ferry en dirección a la Estatua de la Libertad. El resto de la tarde, lo empleamos en hacer algunas compras y pasear por la cuidad, parando de tanto en tanto para tomarnos algo fresquito y aprovechar juntos cada minuto de esta recta final.
Finalmente, decidimos ponerle la guinda al día con una fiesta karaoke cerca de nuestro hotel. Todos juntos cantamos, bailamos y saltamos; al ritmo de la amistad y confianza que habíamos conseguido forjar en tan poco tiempo. ¿Quién habría dicho que tan solo una semana después aquel grupo de desconocidos habría pasado a convertirse en una pequeña familia?
Carlos Sanz, Mover by FUE 6ª edición